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|   Miércoles 19 Mayo 2010

Al entrar en la primera de las granjas de cerdos que he visitado, accedimos a una nave oscura y según entramos se oyeron numerosos ruidos metálicos. Allí estaban las pobres cerdas inmovilizadas en pequeñas jaulas metálicas que les impedía moverse, pero al vernos entrar se ponían en pie, esperando quizás recibir esa caricia que seguramente no habrán recibido en la vida.

En el interior de la nave hace muchísimo calor y apenas se puede respirar, las pobres cerdas viven entre sus heces y el aire que respiran es prácticamente amoniaco. Sus rostros mostraban desesperación, sus miradas tristeza y resignación, pero a pesar de todo, al pasar por su lado se ponían en pie para observarte. El suelo estaba lleno de botes de plástico vacíos en el que se podía leer: “semen de cerdo”. Es la zona de gestación donde tras ser violadas por los granjeros mediante un tubo, pasaran allí todo su embarazo hasta que una semana antes de dar a luz sean llevadas a las parideras, jaulas con un pequeño recinto para sus cachorros. En las parideras, a las cerdas las he visto incluso encadenadas, allí es donde tienen a sus crías, pero no pueden atenderlas como ellas querrían, ya que a pesar de que las crías están a su lado, la jaula se encarga de establecer una distancia infinita e insalvable entre madre e hijos.

Como todas las madres, las cerdas, si te ven acercarse a sus cachorros se ponen nerviosas, supongo que les gustaría proteger a sus hijos, pero ellas están recluidas, lo que se traduce en su mirada, mezcla de desesperación, resignación y terror. Muchas de estas crías agonizan ante la impotente mirada de su madre, que ha sido reducida a una maquina de crear cerditos, la cual tras media docena de partos será enviada al matadero.

Abundan los trozos de cerditos que nacieron muertos o que murieron al poco de nacer, devorados por sus hermanos. Esta es y será la existencia de la cerda, su paso por la vida, si acaso a eso se le puede llamar vida, condenada, por otra especie, los humanos, los únicos que dicen regirse por valores morales. Esa es nuestra moralidad.

Después pasamos a la zona de engorde, los cerdos están agrupados por edades, han sido separados de sus madres y ya no verán la luz del sol nunca mas, solo el día que aterrorizados sean montados a palazos en un camión para hacer su ultimo viaje, el viaje al matadero. El aire de la zona de engorde es igualmente irrespirable, también abundan los cerdos muertos, devorados por sus compañeros, hay excrementos por todas partes, además se observan todo tipo de enfermedades cutáneas, se ven animales con los intestinos fuera, es el horror, el infierno mismo para seres con la capacidad de reconocerse entre ellos, de sentir alegría, dolor, tristeza, desesperación. No contribuyas con esto, con la tortura de seres inocentes, hazte vegano.

Vive Vegano
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