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|   Miércoles 26 Mayo 2010

Nunca tuve muy desarrollado ese espíritu aventurero de las personas que buscan emociones fuertes para darle toques de pimienta a sus vidas, así que, para mí, entrar en una granja de animales no es un plato de gusto. Me explico: entrar en una granja, a altas horas de la noche, en silencio, guardando las distancias y con todas las precauciones posibles, no deja de ser una irrupción en una propiedad privada. Así que lo paso bastante mal. Pero hay que hacerlo, hay que destapar la verdad que se encierra en ellas y esta es la única forma posible de hacerlo. Supongo que habría muchas personas dispuestas a hacer lo mismo si supieran de la existencia de naves llenas de niños, en vez de cerdos, gallinas, etc.

La primera vez que entré en una pensé que iba a desmayarme: no podía respirar, hacía calor y la contemplación de todos esos animales, tosiendo, mirándome, asustados, encerrados, me descompuso. He de decir que a veces sufro claustrofobia, así que sólo pensaba en salir, en salir y respirar aire puro. Lo duro era saber que yo saldría y ellos seguirían allí, en un ambiente viciado, encerrados, aburridos, tristes, enfermos…

Pensaba en Tila y en otros perros, y me imaginaba que todos ellos eran Tilas… ¿Cómo dejarlos allí? 

Quizás lo más triste es cuando entras en la sala destinada a maternidad y te encuentras con esas cerdas quietas, aplastadas por brazos de acero, titánicas pero inmóviles… rodeadas de diminutas criaturas sonrosadas de patitas frágiles, que intentan agarrarse a su madre y alimentarse de ella. ¿Qué madre soportaría eso, parir y ni siquiera poder mirar a su hijo, olerlo, besarlo? Ves sus ojos, cómo desde el suelo siguen las patitas frágiles, sin levantar la cabeza, resignada y triste, o cómo estiran el cuello para poder olfatear a alguno que le quede cerca. ¿Qué haría una mujer inmóvil sin poder controlar los movimientos de su bebé? Ves los cuerpecitos inertes de los que han muerto, sobre un suelo áspero y sucio. Es realmente triste.

Algo que me deja perpleja es el sistema de producción, la cantidad de animales que son explotados. ¿Realmente es necesario? Haces cálculos, los cuentas, los miras y los vuelves a contar.

Siempre me pregunto qué pasará por sus cabezas, qué pensarán y cómo reaccionarían si pudiesen cerrar los ojos y despertarse en otro lugar, apacible, agradable. Después salimos, el regreso a casa siempre es más silencioso que la ida, yo suelo sentirme terriblemente impotente y culpable. No es justo dejarlos allí.

Vive Vegano
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